Tiempo y ocasión


Por: Rodrigo Herrera

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En mi niñez tenía un libro de historias cortas con una enseñanza final o moraleja, llamadas fábulas. Recuerdo una en particular, titulada “La zorra y las uvas”.

Este relato cuenta que el animal vio los frutos y, decidido a comerlos, intentó muchas veces alcanzarlos dando saltos tras saltos, no teniendo éxito en ninguna ocasión. Finalmente, desistió y se dirigió hacia el bosque. Cuando la zorra se dio cuenta que un pájaro había observado toda la secuencia, sintió vergüenza y justificó su fracaso y frustración diciendo que, en realidad, las uvas “no estaban maduras” y no eran alimento para un paladar tan refinado como el suyo.
El relato finalizaba con la siguiente enseñanza: Si hay algo que de verdad te interesa, no desistas. Esfuérzate y persevera hasta conseguirlo.

Hoy, habiendo pasado ya unos cuantos años desde que leí esa historia, me surge una pregunta: ¿Por qué no le pidió ayuda al pájaro para que le baje un racimo, en lugar de mentir?

Muchas veces nos enfrentamos a situaciones que son demasiado grandes para nosotros. Su dificultad nos supera ampliamente, no importando qué tanto esfuerzo hagamos o capacidad tengamos. Quizás nos veamos a nosotros mismos como la zorra. Estamos equipados para la caza, nos sentimos cómodos en el suelo. Nuestros dientes afilados pueden atrapar a incluso los más escurridizos roedores y nuestra agilidad permite alcanzar hasta los más rápidos conejos. Tenemos fama de astutos. Somos depredadores.

Sin embargo, cuando las circunstancias cambian, cuando nos mueven del terreno seguro, fallamos.

El caerse y fracasar son naturales de la vida, ¿no debería acaso serlo también el reconocer nuestros errores y limitaciones?

Hay pensamientos y preguntas que suelen abordarnos en momentos de quietud. Pueden aparecer antes de dormir. Son conceptos que al verlos parecen indescifrables, nos hacen sentir “chiquitos” en comparación. No encontramos la solución fácilmente, no se aprende en libros de autoayuda. Son preguntas no “googleables”.

Buscar respuestas al significado de la vida, nuestro propósito, un sentido de trascendencia y un legado no necesariamente tienen que ver con nuestra preparación académica, nuestros ingresos, o un estilo de vida acomodado. Sino, que el éxito de la búsqueda se relaciona con la humildad en reconocernos dependientes de ayuda. Podemos tener en nuestro haber herramientas que son útiles, sí, pero se quedan cortas frente a este tipo de desafíos.

El rey Salomón, famoso por su sabiduría, dijo: Me volví y vi debajo del sol, que ni es de los ligeros la carrera, ni la guerra de los fuertes, ni aun de los sabios el pan, ni de los prudentes las riquezas, ni de los elocuentes el favor; sino que tiempo y ocasión acontecen a todos. Eclesiastés 9:11

La preparación y el esfuerzo son importantes. Creo que se asemejan a llaves. Cuantas más llaves hay en nuestro llavero, más puertas podremos abrir. Si somos sabios en administrar lo que tenemos, abriremos las puertas correctas que nos guíen hacia una mejor vida.

Sin embargo, también creo que somos muy pequeños y limitados. Repasemos brevemente la historia del conocimiento referido a la ciencia. Tomemos el caso de las bacterias como ejemplo. Fueron identificadas recién en el año 1683 por Antonvan Leeuwenhoek. Si bien a fines de la edad media se hablaba de cuerpos extraños y en el siglo XIV con la peste negra se conceptualizó el principio de entidades contagiosas que penetraban el cuerpo humano, pasaron cientos de años en donde las personas simplemente no conocían la existencia de pequeños microorganismos que causan tanto enfermedades como beneficios a la salud.

Así mismo, actualmente existe la idea que desconocemos tanto del universo como del mundo subatómico. Pensemos en esto, ¡se compara la inmensidad del espacio exterior con la complejidad de átomos y partículas elementales del teclado donde escribo! Es abrumador pensar en cuántas cosas realmente no sabemos cómo funcionan.

Reconocer que no sabemos es el primer paso a saber. Reconocernos débiles es el primer paso a ganar fortaleza. Porque no todo tiene que venir de nosotros y de nuestras fuerzas, hay veces en dónde sólo es posible conseguir algo o ganar con intervenciones externas. Hay cosas que son más grandes que nosotros mismos.

El término humildad está relacionado en el inconsciente colectivo a pobreza, referido al humilde como el que tiene poco, o que se arregla con poco. Sin embargo, la humildad es una cualidad del corazón, y pertenece a aquel que reconoce sus habilidades, cualidades y capacidades. Conoce lo que puede hacer, pero también sus límites. Y la humildad es antónimo conceptual del orgullo. El orgulloso es una persona estancada porque es incapaz de reconocer una carencia o un error.

Hay una carrera que es más larga que nuestras fuerzas, y una guerra que no podemos pelear solos. Todos tendremos oportunidad, y todos tendremos el tiempo para accionar. Depende de nosotros con qué corazón esperaremos esa ocasión. Y hay circunstancias que igualan la oportunidad de todos.

Un corazón preparado, esforzado en todo y humilde en reconocer sus límites para pedir ayuda será uno que se aproxime a ganar el premio.

Hoy es tiempo de salvación, y tenés la oportunidad golpeando a tu puerta. Viene en forma de palabras, de un texto que empezaste a leer por curiosidad o tal vez recomendación. Pero quizás la forma no interese tanto, sino la esencia.

Lo que sí importa es que sepas que fuiste diseñado con un propósito para bendecir generaciones. Que a Dios le importan tus cosas, y también quiere que te intereses en las de Él. Que la muerte física no es el fin. Que existe el cielo y el infierno. Y que, aunque no entiendas cómo y por qué, Dios te ama. Y mucho.

La oportunidad tiene nombre, se llama Jesús. Y la ocasión es ahora, sólo tienes que reconocerte necesitado de Él. No se reserva para los más preparados, ni para los ricos. No es exclusivo de los fuertes ni de los elocuentes. Su intención es que todos lo conozcamos, y lo amemos tanto como Él nos ama a nosotros. Y si hay un corazón humilde que reconoce sus errores y sus faltas, se transformará en su nuevo hogar.